Hermes Castañeda Caudana
Hoy, les obsequio un delicioso bocadillo literario, nacido de la pluma de un Loco Escritor. Espero sus aportes y comentarios: el.arte.del.striptease@gmail.com
Soy Zapato, original de Rubén Rojo Aruajo
Hola, ¿cómo están? Realmente me siento impresionado, y un poco inquieto porque nunca pensé que podría dirigirme a ustedes. Bueno, antes de presentarme, quiero que sepan que soy de los pocos que pueden sentirse orgullosos de tener un viejo historial.
En efecto, provengo de una clase privilegiada, sé que tengo pedigrí… sí, ya sé que esa palabra es exclusiva para referirse a animales, pero en esta ocasión, quiero adjudicármela; porque después de tener una historia familiar de más de 4 000 años, hay que sentirse muy orgulloso, ¿no creen? Y eso sí es poseer un verdadero abolengo… jajaja.
Soy Zapato. Sí, ese es mi nombre; muy común, pero no raro. Hay quienes se llaman Hermes, Valentín, Juan, Nicandro, Soledad, Luisa. ¿Y qué? Yo también soy un ser en este mundo; muy especial, por cierto, porque tengo la facultad de hablar y eso voy a aprovecharlo para contarles un poquitín de mí. Únicamente un pequeño flashazo de lo que he vivido.
Antes quiero decirles que en mí, se concentra toda la historia desde que fui creado por la madre necesidad, que aquí entre nos, ¿se imaginan que hubiera sido de todos nosotros si nuestra madre necesidad se hubiera llamado de otra manera? ¿Qué hubiera pasado? ¡No existiríamos! Ni yo, ni muchas, muchas cosas… ¿Creen que nuestra sociedad sería la misma que conocemos? Yo no estoy tan seguro. Como ven, tengo una madre muy importante, pero…
No obstante que provengo de una gran familia, mi misión en esta vida es servir; hacer que mis hermanos se sientan contentos, a gusto, orgullosos de lucirme, pero principalmente cómodos de los pies… y aunque con mucha frecuencia ellos no saben corresponder, eso me afecta sólo temporalmente, pues soy tan especial, que después de un tiempo vuelvo a renacer con diferentes caras, formas, colores, tamaños y materiales. Soy un zapato. No un zapato en el sentido peyorativo que algunos de ustedes suelen usar. Soy un zapato tal cual, con vida, y no sólo eso. Puedo hablar y tengo sentimientos.
Bueno, lo que quiero hacer en este momento es platicarles algunas cosas que me han sucedido durante mi larguísima vida; por ejemplo, en una ocasión fui comprado por vanidad.
Mi primer dueño era de esos que compran zapatos como quien compra caramelos. Me compró junto a mi par –obviamente– y fui arrojado a un armario gigantesco con otros zapatos ansiosos por ser usados, por cumplir con su destino de zapato. Yo tuve la suerte de ser usado dos veces. La primera fue para una conferencia que mi dueño dio delante de cientos de zapatos elegantes; la segunda, fue en una fiesta donde terminé debajo de la cama con un par de botitas de cuero de las que me tuve que encargar yo solo porque, mi compañero, “ni fu ni fa”. ¡Hasta sospecho algo de él! ¡Jejeje! Fueron pasando los días y las semanas, y terminé acostumbrándome sin problemas a mi vida de ocio junto al resto de los zapatos, sobre una alfombra roja y cómoda, en el armario gigante y cálido. Un día, mi situación dio un cambio inesperado, cuando me sacaron por tercera vez del armario. Me alegré al pensar que iba a ser usado nuevamente y quizá era el momento de otra fiesta donde conocería nuevas botitas o, tal vez, unas sandalias.
De pronto, mi piel se puso húmeda, pues mi instinto de conservación me decía que algo anormal pasaba. Entonces, supe cuál era mi verdadero destino: una bolsa negra. Allí fui a parar junto a camisas, calzones, calcetines, pantalones, medias y demás indumentaria. Permanecí ahí, encerrado, semanas, meses quizá… Perdí la noción del tiempo. Pensé que era el fin, que probablemente me hallaría en un basurero y que, de un momento a otro, me quemarían como a cualquier desecho. Pero no fue así. Un día la bolsa se abrió y vi a un hombre barbudo, con la cara negra de sucia y que, con manos llenas de mugre, me tomó junto a mi inanimado par. Ese hombre barbudo puso su pie duro y sucio dentro de mí, convirtiéndose en mi segundo dueño.
El primer día fue fatal, ¡no quisiera recordarlo! Caminé por calles de tierra, por adoquines, me ensucié de barro, y de vez en cuando anduve por alguna vereda sin tantas imperfecciones, donde me sentía un poco aliviado. ¡Cómo añoraba el armario y su piso alfombrado y con olor a limpio!, en aquellos días de caminatas infinitas por caminos tortuosos, sometido al peor olor a pata que pudiera existir; bueno, hasta deseaba un poco del pinchi puto y asfixiante talco que me echaba la sirvienta de mi anterior dueño. ¿Qué había hecho yo, un simple zapato, para merecer esto? Me preguntaba. …
Sin embargo, con el pasar de los días y muchos kilómetros de andar, me terminé acostumbrando a mi nueva vida. Íbamos y veníamos por toda la ciudad en busca de cartones. El peso del carrito que mi dueño arrastraba hacía que mi desgaste fuera mayor, pero por alguna razón me sentía bien ayudándolo.
Si el día era bueno, él compraba queso, pan, vino tinto y en ocasiones grasa para zapatos que solía frotar en mi piel y, con un trapo sucio, intentaba sacarme brillo. Tengo la impresión de que esta persona llegó a tener prestigio social en otra época, pero algo le sucedió, que cayó en tal estado de abandono.
Cuando anochecía nos dirigíamos al atrio de una iglesia, donde me quitaba de sus pies y me dejaba a un costado de él, junto con una mochila vieja, cobijas y una biblia. A veces pasábamos la noche en una cantina y, mientras él y otros hombres tomaban vino y cantaban, nosotros los zapatos nos contábamos nuestras historias de vida, las cuales no se diferenciaban demasiado entre sí.
Durante ese tiempo comparé mis dos vidas y, por alguna razón, no añoraba para nada la anterior. Sí, quizá me hubiera gustado volver a ver a aquellas botitas de cuero. Pero si me hubiesen visto en aquel estado, dudo mucho que me hubieran saludado. De todos modos no importaba, me sentía querido y útil, algo que esas botitas burguesas nunca llegarían a sentir. Escuché decir una vez que uno tiene dos nacimientos; el primero, es el que todos conocemos: en mi caso, cuando me cosió aquella niña de quince años. La segunda ocasión que nacemos, sin embargo, es cuando uno encuentra su destino. Pues bien, yo nací de nuevo cuando la bolsa negra se abrió y el barbudo me tomó con sus curtidas manos…
Seré breve sobre mi final porque me siento cansado de hablar. El tiempo siguió su paso y una mañana de invierno, el barbudo no se levanto más, sus pies sucios y olorosos (olor que añoro) estaban fríos y rígidos. Me separaron de él y se lo llevaron en una ambulancia, vi su cara morada, sucia y, sin decir una palabra, se despidió de mí para siempre.
Seré breve sobre mi final porque me siento cansado de hablar. El tiempo siguió su paso y una mañana de invierno, el barbudo no se levanto más, sus pies sucios y olorosos (olor que añoro) estaban fríos y rígidos. Me separaron de él y se lo llevaron en una ambulancia, vi su cara morada, sucia y, sin decir una palabra, se despidió de mí para siempre.
Ahora estoy en un terreno baldío rodeado de ruedas con agua podrida en su interior; periódicos resecos, ranas, moscas, mosquitos, botellas de plástico y vidrio, y al lado mío, mi par.
Me encuentro en un lugar muy especial, rodeado de miles de zapatos y zapatillas. Es el cementerio de los zapatos de las personas desaparecidas con violencia; vienen de Tijuana, Sinaloa, Veracruz, Guerrero, Morelos, Nuevo León, Tamaulipas, el Distrito Federal y de toda la república en general. Ellos son los zapatos que esperan encontrar un nuevo dueño. Yo me sonrío sin ganas, porque aquí no viene nadie, no hay nada agradable, solo frío, soledad y tristeza…
Mi par no se mueve, no se ríe, no baila, no habla, no me ayuda a conquistar botitas; no hace nada, pero conserva el olor y el calor de nuestro último dueño, y yo me aferro a él fuertemente, porque me alivia el frío y la soledad, y me recuerda… me recuerda quién soy.
Ahora sólo espero; pero, ¿qué espero? A nadie. Porque vivimos en la nada.
Rubén Rojo Araujo, Loco Escritor; temperamental y sensible, con atisbos de ternura.